“Nunca se masajea y nunca se acalambra”: los 80 del caudillo Pachamé
Nacido el 25 de febrero de 1944, Carlos Oscar Pachamé es un hombre hecho a medida de Estudiantes. Y claro: pasó su vida en el club. Pacha llegó a Estudiantes de chico, y hasta tocó Primera muy joven, en algunos partidos, por necesidad y urgencia. Eran aquellos principios de los 60 días de muchas carencias en el club, y Pacha vivió todo aquello: inferiores improvisadas, sin materiales, un club con pocos recursos, una Primera que sufría por el descenso, y descendió, de hecho, en 1963, aunque se suspendieron las pérdidas de categoría finalmente…
Hijo de aquel rigor, en aquel 63 Pacha se puso bajo las órdenes de Miguel Ignomiriello en inferiores. En 1964 sería el caudillo de la primera Tercera matadora de Don Miguel, con Verón, Pachamé, Flores, Poletti, que llevaron al equipo a aquel subcampeonato que ya despertó efusividad en el público. En 1965 se alistó en la Tercera que Mata en algunas ocasiones, ocho en total, pero, claro, había llegado Osvaldo Zubeldía al club y no había dudado en llevarlo al plantel de Primera. Aquel año, además, llegaba a Estudiantes Carlos Salvador Bilardo: se conocían dos que seguirían caminando juntos hasta hoy, el inicio de una hermosa amistad.

El resto es historia. Pacha se convirtió en el caudillo del equipo de Zubeldía, y fue hacedor del momento que muchos consideran fundacional para la mística de Estudiantes: en el duelo semifinal ante Platense por el Metropolitano del 67, y con el Pincha con uno menos por la lesión de Enry Barale (no había cambios), el Albirrojo caía 1-3 cuando Bulla, de Platense, tuvo el 4 a 1 servido; era el final, pero Pachamé se estrelló contra el palo para despejar la pelota, con lo que podía, y evitar el final prematuro. Y enseguida, el descuento, y el empate, y más tarde el místico 4 a 3 que colocó a Estudiantes en la final del torneo en el que terminaría rompiendo la hegemonía de los grandes.
“No sé cómo gané fuerzas para sacar esa pelota en la línea ante Platense. Era el cuarto gol de ellos, que liquidaba el partido. Después logramos darlo vuelta. Eso demuestra que el sacrificio puede más que todo en el fútbol”, contó, años después.
Siguieron noches épicas de Copa Libertadores, batallas para las que Pacha estaba siempre dispuesto: de los 24 encuentros que disputó el cuadro de Zubeldía durante aquel tricampeonato de América, el caudillo dijo presente en 21. También, junto a Pachamé, Togneri, Malbernat, Conigliaro, Verón, y Bilardo, también dijo presente en las seis finales intercontinentales que disputó en aquellos tiempos Estudiantes: las dos ante Manchester, las dos fatídicas ante Milan y las dos ante Feyenoord.
Pacha jugó en la Selección, pasó a Boca, y cerró su carrera en Colombia y Estados Unidos. Se retiró del fútbol en 1980, y se convirtió en entrenador, donde llevó al ascenso a Temperley en 1982, y un año más tarde logró con el Sub-20 argentino al subcampeonato. Fue ladero del Narigón en buena parte de su carrera como entrenador, y lo acompañó en aquellos heroicos Mundiales de 1986 y 1990: un tipo bañado de heroísmo. “Nunca se masajea y nunca se acalambra”, escribió alguna vez El Gráfico, “aunque corre más que ninguno”.
